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Si no puedes avanzar una pulgada, retrocede un pie.

 

Cuando nos encontramos frente a un obstáculo o problema, en la vida o en el camino trazado hacia nuestras metas, las personas en general tenemos tres formas de actuar:

1.- Actuar con furia y, generalmente, en situaciones futuras repetimos la actuación con algún ligero cambio. Y así, lo único que conseguimos es chocar con el problema de nuevo.

Por lo tanto, el resultado que obtenemos es el mismo o peor.

2.- Abandonar y caer en el desánimo o la actitud de “brazos caídos” y sintiendo lástima de nosotros mismos.

Por consiguiente, no se supera el obstáculo o problema.

3.- Aceptar la situación sin lamentaciones ni juicios y actuar desde la reflexión.

Si preguntamos a nuestro entorno, la mayoría te dirá que actúan y afrontan los obstáculos desde la postura núm. 3. Y te lo dirán con un convencimiento total.

Pero si eres buen observador, te darás cuenta que eso no es así. La tendencia más extendida es la actuación 1 o 2.

El motivo principal que la gente tenga la percepción de que actúa desde la aceptación y la acción es porque, además de ser la racional y lógica, es la que permite avanzar de forma continua hacia las metas que se tengan. Y en cambio, las otras formas (1 y 2) te facilitan abandonar antes de haber conseguido el objetivo o meta propuestas inicialmente.

Pues bien. Si miras a tu alrededor… ¿cuántos consiguen sus metas y objetivos de forma satisfactoria y cuántos abandonan antes de conseguirlas?

A eso se refiere Lao-Tsé. Si quieres conseguir tus metas debes disponer de un plan de acción concreto para que, cuando te encuentres con un obstáculo que no habías previsto, puedas retroceder (un pie), reflexionar y ajustar tu plan de acción. Así podrás superar el obstáculo y seguir avanzando hacia tus ilusiones. Piensa que una forma incorrecta de actuación al estilo de la 1 y la 2 convierten en imposibles tus sueños.

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