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Más le vale a un hombre tener la boca cerrada, y que los demás le crean tonto; que abrirla y que los demás se convenzan de que lo es.

 

Existe una frase, que supongo que todos conocéis, que es muy parecida a ésta y dice: “En boca cerrada no entran moscas” 🙂

Me imagino que debe ser la adaptación más actual, ya que entiendo que corresponden al mismo mensaje.

La precipitación al hablar o, mejor dicho, hablar sin pensar es un hábito muy extendido en nuestra sociedad. Y, habitualmente, es el responsable de malentendidos, errores garrafales y ponerse a uno mismo en situaciones embarazosas o ridículas.

Escuchar es uno de los hábitos más apreciados y menos extendidos. Y, precisamente, es el que nos puede ayudar a evitar las situaciones que se generan, simplemente por no tener la boca cerrada.

¿Cuántos vendedores pierden pedidos cada día por hablar más de la cuenta?

¿Cuántas amistades se ven rotas por no tener la boca callada en un momento dado?

¿Cuántos malentendidos hay en empresas, familias y entorno social por hablar sin pensar?

¿Te has planteado nunca por qué tenemos dos orejas y una boca?

Seguramente porque deberíamos escuchar más que hablar. Y sólo hablar, una vez hemos escuchado.

Un hábito que facilita la vida, evita confrontaciones con tu entorno profesional y personal, y permite avanzar hacia una vida más plena y satisfactoria es, precisamente, éste.

¿Te ha pasado alguna vez que te hayas metido en una situación comprometida por el simple hecho de no haber escuchado antes de hablar o no haber pensado antes de hablar?

Cuéntanoslo.