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La actitud positiva de las personas y sus pensamientos son determinantes a la hora de conseguir resultados satisfactorios y mejorar sus propios niveles de autoestima y seguridad, en definitiva el valor personal propio.

La actitud positiva es el fruto de nuestros propios pensamientos, de nuestras creencias más íntimas y moldea de forma inevitable, a través de nuestros propios procesos cognitivos y emocionales, la percepción e interpretación de nuestro día a día, marcando inevitablemente una serie de límites que afectarán directamente a nuestras decisiones y a nuestro valor personal, por lo tanto, la actitud positiva tiene un profundo efecto en los resultados (personales y/o profesionales) que alcanzaremos o no, a lo largo de nuestra vida.

 

En la mayoría de ocasiones, la mejor forma de explicar conceptos un poco intangibles y ambiguos como la actitud positiva y el valor personal es utilizando un ejemplo o historia, como en el caso de hoy:

¿Quién decide tu valor personal?

Había una vez, hace mucho tiempo, un joven desdichado que vivía en un pequeño pueblo en medio de un valle amplío y llano con un gran lago en su parte más oriental. El valle estaba orientado de este a oeste y rodeado de grandes montañas y frondosos bosques que hacían de aquel paraje, un lugar idílico y hermoso.

El joven se sentía muy poca cosa, se infravaloraba por los comentarios de su entorno y sus niveles de autoestima estaban por los suelos. Y así iban pasando los años, día tras día, hasta que una mañana decidió, por fin, después de varias semanas de pensar en ello, ir a visitar al sabio del pueblo. Él no lo había visto nunca, porque el viejo vivía en una pequeña cueva cerca del lago, en un claro del bosque y alejado del pueblo; la gente hablaba muy bien sobre él y parece ser que tenía respuesta para todo. Así que esa mañana, el joven recorrió el claro del bosque y llegó hasta la cueva.

– Buenos días -dijo el joven, sin cruzar el umbral de la cueva.

De entre las sombras apareció un pequeño hombre, con paso tranquilo pero firme y, pasando por su lado sin apartar la mirada de su camino, salió hasta sentarse en una gran roca que había a pocos metros de la cueva.

El joven, sin apenas esperar a que se sentara empezó a hablar…

– Vengo porque me siento poca cosa. No tengo fuerzas, ni ganas de hacer nada. La gente me dice que no sirvo, que no hago nada bien, que soy torpe y bastante tonto. ¿Cómo puedo mejorar? ¿Qué puedo hacer para que me valoren más?

El sabio, sin mirarlo, le respondió:

– Realmente lo siento muchacho, no puedo ayudarte, pues debo resolver primero mi propio problema. Quizá después… -tomó aire y haciendo una pequeña pausa prosiguió-. Si quisieras ayudarme tú a mí, yo podría resolver el tema que me ocupa con rapidez y después tal vez te pueda ayudar. 

– ¡ Encantado ! –replicó el joven con entusiasmo, aunque de repente se sintió otra vez desvalorizado y postergado como era habitual.

El sabio, asintió y con un movimiento ágil y certero se quitó un anillo que llevaba en el dedo pequeño de la mano derecha y estirando su brazo de forma enérgica se lo ofreció al muchacho, agregando…

– Toma el caballo que está allí, atado a ese árbol y cabalga hasta el pueblo. Hoy es día de mercado y debo vender este anillo porque tengo que pagar una deuda. Necesito vender el anillo por la mayor cantidad posible, pero no aceptes menos de una moneda de oro. Vete ya y regresa con esa moneda lo más rápido que puedas.

Sin dudarlo un instante, el joven cogió el anillo, desató el caballo y salió al galope hacia el pueblo.

Apenas llegar, empezó a ofrecer el anillo a todos los mercaderes y éstos lo miraban con algún interés, hasta que el joven decía lo que pretendía por el anillo.

En el momento que el joven mencionaba la moneda de oro, algunos reían, otros se daban directamente la vuelta y sólo un viejecillo fue tan amable como para tomarse la molestia de explicarle que una moneda de oro era muy valiosa para entregarla a cambio de un anillo.

Queriéndole ayudar, alguien le ofreció una moneda de plata y un cacharro de cobre, pero como el joven tenía instrucciones claras de no aceptar menos de una moneda de oro, rechazó la oferta sin dudar.

Después de ofrecer su joya a todos los mercaderes que se le cruzaron en el mercado y a otras muchas más personas que había en el mercado –más de cien-, abatido y avergonzado por su fracaso, montó el caballo y regresó a la cueva del sabio.

– Ojalá yo tuviese una moneda de oro –se decía a sí mismo-, porque podría entregársela al sabio y así él podría liberarme de mi preocupación con su consejo y ayuda.

Al llegar a la cueva, se dirigió al sabio y le dijo:

– Lo siento, no es posible conseguir lo que me pidió. Quizá pudiera conseguir dos o tres monedas de plata, pero no creo que yo pueda engañar a nadie respecto al verdadero valor del anillo.

– Qué importante lo que dijiste, joven muchacho –contestó sonriente el sabio-. Debemos saber primero, el verdadero valor del anillo. Vuelve a montar y vete a ver al joyero del pueblo. ¿Quién mejor que él para saber el valor? Dile que quisieras vender el anillo y pregúntale cuánto te da por él. Pero no importa lo que te ofrezca, no se lo vendas. Vuelve aquí con el anillo.

El joven, sin perder un instante, saltó al caballo y emprendió el camino de vuelta al pueblo en busca del joyero. 

Una vez dadas las explicaciones de lo que venía a buscar, el joyero empezó a examinar el anillo, volteándolo, mirándolo con una lupa, lo pesó y cogiendo aire al mismo tiempo que levantaba la mirada, le dijo al joven:

– Muchacho, dile al sabio que si lo quiere vender ya, no puedo darle más que 50 monedas de oro por su anillo.

– ¡¿ 50 monedas ?! –exclamó el joven.

– Sí –asintió el joyero-. Yo sé que con tiempo podríamos obtener por él cerca de 65 o 70 monedas, pero no sé… si la venta es urgente…

El joven muchacho volvió emocionado hacia la cueva del sabio para contarle lo que le había dicho el joyero.

– Siéntate –le ordenó el sabio después de escuchar-. Tú eres como este anillo: una joya valiosa y única. Y como tal, sólo puede evaluarte verdaderamente un experto. ¿Qué haces por la vida pretendiendo que cualquiera descubra tu verdadero valor?

Y diciendo esto, volvió a ponerse el anillo en el dedo y entró en la cueva.

 

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Cómo forjar una actitud positiva

Soy consciente que aunque la historia es clara y se entiende, seguro que debes estar pensando que cambiar la Actitud de uno mismo no es tan fácil. Y tienes razón. Lo sé, no es fácil, porque intervienen diferentes factores y realmente se basa en un hábito, por lo que requiere tiempo, técnica y voluntad.

Pero por algún sitio hay que empezar, lo que sí puedo hacer ahora es darte unas pequeñas pautas para que puedas ponerlas en práctica en los próximos días y seguramente mejorarás tu actitud general:

1.- Identifica ese/esos pequeños pensamientos negativos que son recurrentes y repetitivos y que prácticamente aparecen cada día. Son los culpables de que no puedas forjar una actitud positiva sostenida en el tiempo. Yo los llamo “mis pensamientos negativos preferidos”.

2.- Decide un pensamiento basado en una vivencia que sea agradable, satisfactorio y positivo. Elige pensar, por ejemplo: en ese fin de semana que te lo pasaste tan bien, aquella cena con los amigos, aquellas vacaciones o aquel conflicto personal o profesional que resolviste de forma espléndida, da igual; el objetivo es que lo decidas con antelación y lo escribas a mano en un papel, para que puedas revisarlo y ampliarlo durante los primeros días.

3.- Cada vez que aparezcan tus “pensamientos negativos preferidos”, debes, voluntariamente, empezar a pensar en el recuerdo que has decidido, tú decides tu valor personal. A ese recuerdo positivo ponle detalles, entretente, no tengas prisa, mantenlo en tu cabeza todo el tiempo que puedas. Notarás como tu cuerpo cambia, seguramente las facciones de tu cara se suavizarán, te relajarás y seguirás con lo que estabas haciendo con una actitud constructiva.

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Persevera en tus pensamientos o no lo conseguirás

Las primeras veces te darás cuenta que a los pocos segundos de pensar en los pensamientos positivos que has elegido, vuelves rápidamente a los “pensamientos negativos preferidos” porque quizá te sientas estúpido y te digas “vaya tontería”; si pasa esto, date cuenta que lo que estás haciendo es volver a “tu pensamiento negativo preferido” en lugar de pensar en el positivo que has decidido. Ésta es la trampa que tú mismo te pondrás. Debes estar atento.

Éstas son unas pautas sencillas y no por ello dejan de ser muy efectivas. Pruébalo y cuéntanos tu experiencia, seguramente sirva a otras personas para mejorar su Actitud Positiva y Valor Personal.

Y sobretodo recuerda… Tú eres el experto, tú decides tu valor personal, tú decides tus pensamientos, porque si no eres capaz de hacerlo tú mismo, no esperes que nadie lo haga por ti, por lo tanto… ¡ Quiérete !

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